La
circulación fetal es muy curiosa y diferente en algunos aspectos a la circulación en un recién nacido o u adulto.
Los pulmones no funcionan: en el medio líquido de la bolsa amniótica sería un problema respirar agua. Los pulmones no están capacitados en ningún momento para intercambiar oxígeno disuelto y además ni siquiera están maduros hasta el final del embarazo.
El oxígeno llega directamente a través de la placenta y procedente de la sangre materna, así que no hay problema con este gas, pero ¿qué hacemos con un corazón diseñado para llevar una gran cantidad de sangre a los pulmones si estos no están por la labor de trabajar?
Como recordarás, en los adultos, la mitad derecha del corazón se encarga de recoger la sangre que procede de todo el cuerpo (llega con poco oxígeno) y la envía a los pulmones. Entra en la aurícula derecha y pasa al ventrículo derecho para ser bombeada. Tras cargarse de oxígeno en los pulmones retorna a la aurícula izquierda que la dejará pasar al ventrículo izquierdo para que esta musculosa cámara la bombee a presión a todo el cuerpo a través de la arteria aorta.
Pues bien, en el embrión y luego en el feto, las cosas no son así: existe un doble "cortocircuito" para desviar el flujo de sangre y evitar la sobrecarga de los pulmones.
Encontramos el llamado
agujero oval o agujero de Botal que une las dos aurículas, de modo que la sangre que llega a la aurícula derecha pasa en casi un 80% directamente al aurícula izquierda. Pero como todavía hay más sangre de la cuenta que ha sido bombeada por la aurícula derecha, existe un puente entre la arteria pulmonar y la arteria aorta, el llamado
ductus arterioso o conducto de Botal que pasa algo de sangre del primero al segundo vaso para que no llegue a los pulmones.
Ambas comunicaciones se cierran al menos parcialmente nada más nacer y en condiciones normales lo hacen de modo total y definitivo a los pocos días.
Otro día hablaré del ombligo, ese curioso agujero que todo el mundo (menos Adán y Eva) tenemos o ha tenido.