SIN ÁNIMO DE OFENDER: LA ALOMETRÍA EN LA ADOLESCENCIA
ATENCIÓN: ADOLESCENTES SUELTOS |
¿SOIS
TORPES LOS ADOLESCENTES?
Sin
duda alguna. Pero no os preocupéis, eso, como las espinillas y la misma adolescencia, se
cura con la edad.
Voy
a referirme a un concepto llamado ALOMETRÍA, (alo- otro, distinto y
metro- medida) que podría traducirse como crecimiento desigual.
El
crecimiento corporal progresa lentamente durante la niñez pero al
llegar a la pubertad, muchas hormonas se desatan y los “estirones”
son frecuentes y en algunos casos espectaculares. No sólo se crece
en estatura, los cuerpos de los niños y las niñas que hasta ese
momento son semejantes en sus proporciones, comienzan también a
diferenciarse, para convertirse en cuerpos de mujer o de hombre.
¿Y
qué tiene que ver el encéfalo en todo esto? Pues mucho: el encéfalo
tiene que controlar el cuerpo
pero para eso debe conocer sus dimensiones con exactitud. Sólo así podrá manejarlo con
precisión. Tiene que saber dónde termina el pie, cómo de largos
son los brazos, hasta dónde llega el dedo gordo, qué potencia posee cada músculo...
Y
cuando ya lo tiene todo controlado, vas y creces en unas semanas...
El encéfalo tiene que aprender esas nuevas dimensiones y mientras
tanto no da pie con bola: pisas al de enfrente, tropiezas con nada,
tiras el vaso de agua, ERES TORPE.
Nuevamente
se reajusta a las dimensiones que posee y otra vez creces, y además
cada parte del cuerpo a su manera. No hay forma de ponerse al día...
y así hasta que el crecimiento se va estabilizando y uno se empieza
a sentir cómodo con su nuevo y definitivo cuerpo.
Todavía
no estáis en la edad de “sacarse el carné de conducir”, pero
este ejemplo puede servir para entender mejor el fenómeno de la
alometría. Cuando se conduce un coche, hay que “tomarle las
medidas”. En poco tiempo, nuestro encéfalo (básicamente cerebro y
cerebelo) se hacen con las dimensiones y controlan el manejo,
aprenden a maniobrar con precisión y sin llevarse las columnas del
garaje por delante. Si cambias de modelo de coche, hay que ser
cuidadoso porque puedes llevarte una sorpresa. Hay que reajustar todo
lo que hacías con el anterior. No hay problema, nuestro encéfalo
puede con ello, pero necesita un tiempo.
Otro
ejemplo que muestra hasta qué punto el cerebro conoce nuestras
dimensiones:
Cuando
se hace una visita organizada a una factoría, en ocasiones a una
cueva, nos obligan a ponernos un casco de seguridad. Estos cascos
llevan un sistema que permite amortiguar un golpe fuerte y para ello
sobresalen por encima de nuestra cabeza casi cinco centímetros.
Pues bien, es normal irse dando porrazos a lo largo de toda la visita
y tendemos a pensar:¡qué suerte he tenido, menos mal que llevaba el
casco! Cuando la realidad es que sin casco no nos habríamos dado ningún
golpe. Nuestro cerebro sabe perfectamente dónde termina su correspndiente cabeza, pero
no dónde termina el casco (unas semanas de casco y seguro que ya no hay golpes).
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