Este científico es el autor de un libro en el que analiza la estrecha relación que hay entre el estrés y todo tipo de problemas orgánicos que sufrimos los humanos. Dicho libro tienen un título que lo dice todo: ¿Por qué las cebras no tienen úcera?
Entrevista de Eduardo Punset a R. Sapolski
Artículo de R. Sapolsky en la revista científica Scientific American. El tema es curioso y muy interesante. La conclusión final también:
BICHOS
EN EL CEREBRO. Robert Sapolsky
Ya
es hora de ser un poco humildes. Algunos microorganismos pueden
manipular los circuitos neuronales mejor que nosotros.
Al
igual que la mayoría de los científicos, de vez en cuando asisto
a reuniones de mi profesión. La reunión anual de la Sociedad
para las Neurociencias conjunta a unos 28.000 investigadores,
14.000 ponencias y sus respectivos carteles. En medio de toda esta
abrumadora cantidad de información, está latente la convicción
de que, no obstante que la mayoría de nosotros “trabaja como un
negro” en el tema, aún estamos “en pañales” en cuanto a lo
que sabemos del funcionamiento del cerebro. Intimidado por tanta
información e invadido por una sensación generalizada de
ignorancia tenía el ánimo muy bajo. Lo que motivó mis
desmoralizantes reflexiones fue una reciente y extraordinaria
ponencia sobre la manera en que ciertos parásitos controlan el
cerebro de su huésped. La mayoría sabemos que los virus,
bacterias y protozoos disponen de sorprendentes y sofisticadas
maneras de utilizar el cuerpo de los animales para su provecho. Se
apropian de nuestras células, energía y estilo de vida para
prosperar ellos mismos, e incluso han llegado a desarrollar la
habilidad de modificar la conducta de su huésped para sus propios
fines. Ejemplos comunes de ello son los ectoparásitos,
microorganismos que colonizan la superficie de su huésped. Por
ejemplo, ciertos ácaros se adhieren a la espalda de las hormigas
y, al perforar su cabeza, producen un reflejo que las hace vomitar
alimentos que el ácaro se come. Algunos oxiuros (pequeños
gusanos)depositan sus huevecillos en la piel de los roedores. Los
huevecillos secretan una sustancia que provoca comezón; cuando el
roedor se rasca con los dientes ingiere los huevos que, una vez
dentro de él, se incuban plácidamente. Los intrusos molestan
a su huésped con el fin de provocar cambios en su conducta que les
sean favorables. Pero algunos parásitos incluso alteran la función
del sistema nervioso mismo. A veces lo logran de forma indirecta
mediante la manipulación de las hormonas que influyen en él. En
Australia hay percebes (Sacculina granifera, una variedad de
crustáceo)que se adhieren a los cangrejos machos y secretan una
hormona feminizante que induce en éstos una conducta maternal.
Actuando como zombi, el cangrejo cava agujeros en la arena para
los huevos. Por supuesto, el cangrejo no los depositará, pero sí
el percebe. Si éste infecta a un cangrejo hembra, induce la misma
conducta maternal después de atrofiar sus ovarios, práctica
conocida como castración parasitaria.
Por
raros que parezcan estos casos, al menos en ellos los organismos
permanecen fuera del cerebro. Pero hay casos en que los parásitos
se las arreglan para penetrar el cerebro. Son microscópicos, en su
mayoría virus, y no gigantescas criaturas como los ácaros,
oxiuros y percebes. Una vez dentro del cerebro, estos diminutos
parásitos están relativamente a salvo de los ataques
inmunológicos y pueden concentrar sus esfuerzos en distraer la
maquinaria neurológica para su provecho.
El
virus de la rabia es uno de estos parásitos. Si bien desde hace
siglos se conocen las reacciones que produce, nadie —hasta donde
yo sé— las ha abordado desde el punto de vista neurobiológico,
justo lo que me propongo hacer. Son muchos los mecanismos que el
virus podría utilizar para pasar de un huésped a otro. Para ello
no necesita llegar al cerebro. Podría haber recurrido a un truco
similar al de los agentes que provocan el catarro, es decir,
irritar las terminaciones nerviosas de la cavidad nasal para
provocar estornudos que dispersen réplicas virales por todas
partes. De esta manera, el virus puede trasladarse fácilmente
delhuésped a la persona que está sentada delante en el cine. O
bien, el virus podría inducir un deseo insaciable de lamer a una
persona o a un animal, con lo que lograría que la transmisión
fuera a través de la saliva. Pero no: como todos sabemos, lo que
hace es volver agresivo a su huésped, lo que le permite pasar a
otro organismo a través de la saliva que penetra en las heridas
producidas al morder.
Muchos
neurobiólogos están dedicados a estudiar las bases neuronales de
la agresión: losmecanismos cerebrales y neurotransmisores
involucrados, las interacciones entre los genes yel ambiente, la
modulación hormonal, etcétera. La agresión ha sido el tema
central de conferencias, tesis doctorales, quisquillosas riñas
académicas, desagradables disputas de autoría y demás. Sin
embargo, aunque el virus de la rabia siempre ha “sabido” qué
neuronas debe infectar para que alguien se vuelva rabioso, hasta
donde sé, ningún neurólogo se ha dedicado específicamente a
estudiar la rabia para conocer la neurobiología de la agresión.
Por extraordinarios que nos parezcan los efectos virales descritos,
pueden serlo aún más gracias a la inespecificidad del parásito.
Suponga que usted es un animal rabioso y muerde aalguna criatura en
la cual el virus de la rabia no se reprodujera bien, como los
conejos. Por muy notables que fueran los efectos conductuales
causados por la infección en el cerebro, si el impacto del
parásito se diversificara demasiado, éste podría ir a dar a un
huésped que no leofreciera ninguna oportunidad. Esto nos lleva a
un caso de control cerebral maravillosamente específico y al tema
de la ponencia de Manuel Berdoy y sus colegas de la Universidad de
Oxford. Berdoy y suscompañeros estudiaron un parásito denominado
Toxoplasma gondii. En una utopía toxoplásmica, la vida
consiste en una secuencia de dos huéspedes: roedores y gatos. El
roedor ingiere al protozoario y éste provoca que aparezcan quistes
en todo su cuerpo, especialmente en el cerebro. El gato se come al
roedor, después de lo cual, el toxoplasma se reproduce en su
cuerpo. Los parásitos desarrollados se albergan en las heces
fecales del gato, las cuales son mordisqueadas por los roedores y
el ciclo vital del intruso inicia nuevamente. Esta trama gira en
torno a la especificidad: los gatos son la única especie en la que
eltoxoplasma se puede reproducir y esparcir. Al toxoplasma no le
convendría que a su roedor huésped lo devorara un halcón, o que
las heces del gato fuesen ingeridas por un escarabajo pelotero. De
hecho, este parásito puede infectar todo tipo de especies, y para
reproducirse, lo único que necesita es ir a dar a un gato. Debido
al potencial del toxoplasma para infectar a otras especies, en
los libros sobre qué hacer durante el embarazo se recomienda
evitar tener gatos y su caja de arena dentro de la casa, y que las
embarazadas eviten trabajar en el jardín si hay gatos alrededor.
Si eltoxoplasma que se encuentra en las heces de un gato logra
trasladarse a una mujer embarazada, también puede introducirse en
el feto y causarle daño cerebral. Las mujeres embarazadas que
están bien informadas se ponen inquietas ante la presencia de
gatos, pero los roedores infectados de toxoplasma reaccionan de
manera contraria. El extraordinario truco de este parásito
consiste en lograr que los roedores dejen de ponerse inquietos.
Todos los buenos roedores evitan a los gatos, una conducta que los
etólogos denominan patrón de reacción fijo: el roedor no genera
una aversión por ensayo y error (no tienen muchas oportunidades
para aprender de sus errores con los gatos). Los roedores llevan en
las entrañas la fobia a los felinos y la advertencia les llega por
el olfato mediante las feromonas, señales químicas odoríficas
que producen los animales. Instintivamente, los roedores huyen ante
el olor a gato, incluso aquéllos que nunca han visto un gato en
toda su vida, como los descendientes de cientos de generaciones de
animales de laboratorio. La excepción de lo anterior son los que
están infectados con toxoplasma. Berdoy y su equipo han demostrado
que estos roedores pierden selectivamente su aversión y temor ante
las feromonas de los gatos. Ahora bien, el anterior no es un caso
general de un parásito que se mete en la cabeza de unhuésped
intermedio, lo atolondra y lo vuelve vulnerable. En los roedores
todo lo demás queda intacto. El comportamiento social del animal
no se modifica; sigue interesado en aparearse y, por lo mismo, en
las feromonas del sexo opuesto. Los roedores infectados pueden
distinguir otros olores, simplemente no rehuyen los de feromonas de
gato. Esto es como para dejarnos sin habla; es como si un parásito
infectara el cerebro de alguien, sin que ello afectara sus
pensamientos, emociones, calificaciones y preferencias de programas
de televisión, pero para completar su ciclo vital, produjera en su
huésped un impulso irresistible de ir al zoológico, trepar una
valla y tratar de dar un beso apasionado al oso polar con pinta de
ser el más enojón.
Citando
el título del artículo del equipo de Berdoy, se trata realmente
deuna atracción fatal inducida por un parásito. Es obvio que
todavía falta mucho por investigar. Y menciono esto no sólo
porque así suelen concluir los artículos científicos, sino
porque este descubrimiento es algo extraordinario que alguien tiene
que estudiar cabalmente. Y también porque —permítanme asumir
una actitudde Stephen Jay Gould— nos aporta más pruebas de que
la evolución es algo asombroso. Muchos de nosotros sostenemos la
idea profundamente arraigada de que la evolución lleva un rumbo y
es progresiva: los invertebrados son más primitivos que los
vertebrados, los mamíferos son los vertebrados más evolucionados,
los primates son genéticamente lo más selecto de los mamíferos,
etc. Algunos de mis mejores estudiantes constantemente se tragan
todas estas ideas, no obstante todo lo que les reitero en mis
conferencias. Si uno adopta gustosamente esta idea, no sólo estará
equivocado, sino tampoco muy lejos de una filosofía que considera
que la evolución de los humanos ha seguido una dirección, siendo
los más evolucionados los europeos del norte que gustan de las
chuletas y de marchar a paso de ganso. Recuerden, existen criaturas
capaces de controlar nuestro cerebro. Organismos microscópicos y
otros mayores, con más poder que el Gran Hermano y, desde luego,
que los neurólogos. Mi reflexión sobre un charco de la acera me
llevó a una conclusión opuesta a lo que Narciso pensaba mientras
contemplaba su reflejo. Tenemos que ser humildes desde el punto de
vista filogenético. Sin lugar a dudas no somos la más
evolucionada de las especies, ni la menos vulnerable y tampoco la
más inteligente.
Artículo
extraído de la revista científica Scientific American
Artículo de autoría desconocida en el que se aude a R. Sapolsky:
De
la adaptación a la conducta
El
éxito es una medida de adaptación. Es probable que el hombre
moderno no corra demasiado riesgo de ser atrapado por un
depredador, que no tenga que preocuparse por cazar su comida, o no
deba competir a diario con otros machos por una hembra. Sin embargo
los mecanismos básicos de esas y otras conductas animales están
presentes en nosotros. El complejo y delicado mecanismo que conduce
a la homeostasis es similar; podemos ser abordados por un
asaltante, caer víctimas de un accidente de tráfico, padecer
abuso por parte de nuestros superiores, ser víctimas de violencia
sexual o bélica, vivir en un clima familiar de indiferencia o
agresión. Esto también se da en el mundo animal; en varias
especies, la llegada de un nuevo macho dominante lleva a la muerte a
las crías del antiguo. A pesar de las violentas condiciones de su
subsistencia, la presión de los miembros de su mismo grupo suele ser
un agente estresante de primer nivel. El rango es un elemento clave
en la lucha por la subsistencia, como explica el profesor Robert M.
Sapolsky de la Universidad de Stanford. La primera evidencia de
este tipo se conoce como "orden de picoteo" y consiste en
cierta disposición espacial de los pollos al alimentarse, de
manera que los de mayor rango o jerarquía tienen acceso a los
mejores alimentos. Esta situación de desigualdad podría también
darse en humanos. En estudios con animales se han podido analizar
las bases fisiológicas de la propensión al estrés. En 1936, Hans
Selye mientras investigaba el efecto de la inyección continuada de
una determinada sustancia química en ratas, descubrió una
respuesta orgánica caracterizada por la aparición de úlceras
pépticas, atrofia de los tejidos del sistema inmunitario y
crecimiento de las glándulas adrenales, que era idéntica a la
respuesta del organismo sometido a fríos o calores fuertes, a
ruidos intensos, toxinas, etc. Selye sugirió que en estas
circunstancias, aparentemente diferentes, se daba una respuesta
genérica común, una respuesta desagradable y con esta idea nació
la fisiología del estrés y se establecieron las bases del efecto
de las tensiones. Hoy sabemos que esta respuesta está mediada por
la activación y la inhibición de un nutrido grupo de hormonas;
sabemos también que los mecanismos que se ponen en marcha pueden
perjudicar la salud, incrementar el riesgo de hipertensión
arterial, úlceras, disminución de la fertilidad y de las
respuestas inmunológicas. Más aún, sabemos que existe una
predisposición: los estudios de Sapolsky con primates muestran que
ésta aparece relacionada con los niveles basales de cortisol
plasmático. Los primates con niveles basales de cortisol
plasmático más bajos diferencian mejor entre acciones amenazantes
y neutrales de un rival, que los que tienen niveles basales de
cortisol más altos. Estas observaciones y datos se interpretan
como una indicación de que el número de factores de estrés
sociales a los que está sometido un individuo importa menos, desde
el punto de vista fisiológico, que el estilo emocional con que se
perciben y se afrontan esos factores inductores de tensión. El
estudio del tipo y funcionamiento de los circuitos neuronales que
modulan el miedo en los monos ha servido para conocer algunos
aspectos de las alteraciones de procesos cerebrales que originan
cambios emocionales en los hombres. Los monos de corta edad
reaccionan con un susurro si se les separa de la madre, es un
comportamiento asociativo, con el que intentan que ésta se les
acerque. La vía del cerebro que controla este comportamiento es
sensible al opiáceo morfina. Meses más tarde, cuando han
desarrollado otras vías diferentes, en estos casos sensibles a las
benzodiazepinas, son capaces de reaccionar de otras formas ante
amenazas inmediatas, con inmovilidad absoluta o gruñidos.
Esquematizando se puede inferir que ellas son: la corteza
prefrontal donde se valora el peligro, la amígdala y el hipocampo,
que inducen al hipotálamo a dirigir la liberación de hormonas que
ponen en marcha la síntesis de cortisol. El cortisol sintetizado
por la glándula suprarrenal tiene un papel fundamental en
situacionesde amenaza ya que asegura que los músculos tengan la
energía necesaria para la lucha, la huida y a su vez modula las
funciones neuronales en el hipotálamo. Se ha descrito que en los
niños, los niveles basales altos de cortisol se asocian con
lainhibición ante una situación nueva para ellos; es más, los
niños superinhibidos tienen a menudo padres que padecen ansiedad,
lo que ha llevado a pensar que la herencia genética podría suponer
predisposición a reacciones exageradas de miedo. En Enero de 1998
la revista médica New England Journal of Medicine publicó
el artículo "Protective and Damaging Effects of Stress
Mediators", donde Bruce S.McEwen, describe los mecanismos
adaptativos que procuran la homeostasis, denominándolos alostasis.
La carga alostática es en definitiva, el desgaste de los sistemas
neuroendócrinos que se produce, tanto por una actividad extrema
odemasiado baja, en respuesta a las tensiones y a la necesidad
adaptativa.Y ese precio no es el mismo para todos. Bruce S. McEwen
pone un ejemplo: "En la mayoría de las personas, hablar
en público genera estrés. Después de tener que enfrentarse
repetidamente a este suceso, muchas de estas personas se habitúan y
la secreción de cortisol no se incrementa como ocurría durante los
primeros discursos. Sin embargo, un 10% de estos individuos se
pondrá siempre tenso cuando tenga que dar una conferencia y sus
niveles de cortisol aumentarán en todas esas ocasiones. Otros, en
cambio, pagarán esta tensión aumentando su presión arterial". Dos
factores determinan cómo se enfrenta cada individuo a una
situación de estrés. La forma en que cada uno percibe ese momento
y el estado general de salud, que está determinado por factores
genéticos, ambientales o del estilo de vida. Así, por ejemplo, las
personas cuya tensión arterial se eleva durante horas después de
producirse un hecho estresante, suelen tener un familiar directo -
padre o madre- hipertenso. La impronta genética puede participar
por lo tanto elevando su susceptibilidad y riesgo de eventos
cardiovasculares. Así como no todas las personas reaccionan igual
ante una situación estresante, tampoco todas las tensiones provocan
la misma carga alostática. El primer tipo de carga alostática es
la que está provocada por el estrés frecuente, aquél que causa
una respuesta física inmediata. La segunda clase es la respuesta
normal al estrés aunque mantenida, constante. El resultado: una
exposición prolongada a las llamadas hormonas del estrés
(las catecolaminas, adrenalina y noradrenalina, que son las hormonas
que libera el sistema nervioso simpático, y los
glucocorticoides). La tercera: cuando la respuesta física al estrés
se prolonga en el tiempo. En el cuarto tipo de carga alostática se
produce una respuesta física inadecuada al estrés. Desde la
perspectiva clínica tanto Sapolsky como McEwen están señalando
un rumbo, nuestros mecanismos adaptativos son básicamente los
mismos que hace millones de años hicieron que nuestra especie
abandonara Africa. Las tensiones y amenazas de la vida moderna
generan cambios que aún cuando puedan permitir una razonable
eficacia frente a las situaciones estresantes pueden generar
una deuda, un precio que más tarde o más temprano se pagará con
salud. El "saber popular" siempre señaló las emociones
que matan. Ahora la evidencia científica y el abordaje
multidisciplinario del problema pueden dar el primer paso en un
campo cuyas implicaiones apenas se intuyen.
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