Cuando
 dentro de algunos miles de años las arqueólogas hagan excavaciones 
(posiblemente los hombres ya no existirán porque no harán falta), al 
llegar a los niveles de finales del siglo XX, se encontrarán con un 
hecho curioso que les llamará la atención: los huesos de humanos 
encontrados presentarán unos niveles altísimos de radiactividad. De 
hecho, brillarán en la oscuridad. Y se preguntarán el porqué de tal 
fenómeno, ya que los huesos sólo un poco más modernos y los algo más 
antiguos no tienen esa anomalía.
La
 respuesta no sé si serán capaces de encontrarla, pero aquí y ahora yo 
puedo darla: ha habido varias generaciones a lo largo del siglo XX que 
han sido expuestas a radiaciones ionizantes a diario, de forma masiva y 
en la más completa ignorancia (un servidor se encuentra entre los 
afortunados radiados). 
Cuando
 se descubrieron los minerales radiactivos a finales del siglo XIX, la 
emisión de radiaciones costó la vida a muchos investigadores (a la 
mismísima Marie Curie). Más tarde, el invento de los tubos de rayos X 
también se llevó por delante a mucha gente (Rosalind Franklin, 
codescubridora del ADN, murió de cáncer en 1.958 tras trabajar largo 
tiempo con estas radiaciones).
Se
 supone que en los años sesenta y setenta ya se conocían las fuentes de 
producción de las radiaciones ionizantes y los efectos que podían 
causar. Aun así, a pesar de su peligrosidad, estaban presentes en muchos
 lugares públicos o privados pero en absoluto controlados o protegidos.
¿Quién
 no tenía en casa o en su propia muñeca un reloj con los números y las 
manecillas que brillaban en la oscuridad? Nada de tecnología de LEDs: 
simplemente pintura a base de RADIO radiactivo que estimulaba a un compuesto de fósforo.

Y
 junto al despertador, en la mesilla de noche de los abuelos, una de 
esas figuritas fantasmagóricas de virgen que iluminaba el dormitorio 
toda la noche y francamente impresionaba (tanto como la dentadura postiza metida
 en un vaso). 

En el cajón solía haber otro artículo tan atractivo para los niños como digno de respeto (por la radiactividad): un rosario.

Es
 de suponer que los rosarios fosforescentes de hoy día, esos que forman 
parte de la estética “CANI”, estarán hechos con sustancias menos 
peligrosas que los de antaño, porque llevarlos en torno al cuello puede 
resultar delicado.
Pero
 esto no es nada si lo comparamos con los chutes de rayos X que nos 
daban en la consulta del médico cada vez que íbamos a ella. Ya podía ser
 porque estábamos resfriados, porque nos dolía la barriga o porque nos 
picaba un pie: el ritual de diagnóstico en todas las visitas comenzaba 
por un “quítate la camisa y ponte detrás de la pantalla” (¡qué fría 
estaba!). El médico ponía en marcha el aparato y los siguientes diez 
minutos los pasaba delante de ti, sentado en una banqueta observándote 
distraídamente las interioridades mientras charlaba animadamente con tus
 padres de los temas de la actualidad local y “chupando” casi tantos 
rayos como tú. (¡Qué osada es la ignorancia! se dice, y así es). 


Hay
 otro recuerdo de niñez que resulta igual de ilustrativo sobre la falta 
de conocimiento: había una zapatería en la ciudad donde nos equipaban a 
todos los hermanos con los “zapatos Gorila” de la temporada (era una de 
las marcas más corrientes de zapatos que había para niños, y con cada 
par te regalaban una pequeña pelota verde de goma). En esa tienda, en 
vez de que el dependiente apretara la puntera del zapato para ver dónde 
te llegaban los dedos, te hacía subir a una modernísima máquina en la 
que metías los pies en una rendija y en una pantalla ¡te veías los 
huesos dentro de los zapatos! Simplemente eran rayos X empleados para 
probarte el calzado.

La
 máquina que yo recuerdo no era de madera, tenía un diseño más moderno 
pero el fundamento era el mismo y a comienzos de los años setenta 
todavía se utilizaba en nuestro país, aunque en Norteamérica ya había 
sido prohibida, por peligrosa, diez años antes.
Si todo lo anterior lo vivíamos en espacios cerrados, en la calle tampoco estábamos libres de radiaciones: 
En
 los años sesenta y setenta se instalaron en España unos 25.000 
pararrayos que contenían una pequeña cantidad de un elemento radiactivo,
 el isótopo AMERICIO 241, que según parece, hacía más eficaces a estos artefactos captadores de rayos.
Dicen
 que no causaban problema alguno, pero en 1986 dejaron de instalarse y 
en 1992 comenzaron a ser desmontados por empresas especializadas y 
depositados en almacenes de residuos radiactivos…
                     
                                
        
 Volviendo a nuestras perplejas arqueólogas, otro hecho llamativo 
encontrado sería la irregularidad de las dentaduras de los restos 
“radiactivos” frente a las dentaduras perfectas de los esqueletos un 
poco más modernos.
        
 Sin duda llegarían a la conclusión de que por aquel entonces la 
humanidad empezó a tomar precauciones con las radiaciones ionizantes y a
 la vez inventó la ortodoncia.

Esto te da en muchas cosas en las que reflexionar y yo personalmente tengo algo de miedo. En la actualidad estamos rodeados de tecnología de todo tipo y creemos que son seguras porque por ahora no nos han dado ningún problema, pero tampoco sabemos si lo harán en un futuro, quizás están perjudicando nuestra salud y no nos estamos dando cuenta. Espero que no pase como con el tabaco, el tabaco hace unos años se tomaba como tomarse un vaso de agua y hasta que no se descubrió los problemas que trae fumar, la gente no era consciente de lo peligroso que era para nuestra salud. Ojalá no tengamos que hablar de los peligros que tienen algunas tecnologías en un futuro...
ResponderEliminarAhora tenemos mucha más información que antes y por Internet nos podemos informar de qué tipo de radiaciones son nocivas para nuestra salud. Yo trabajo con radiaciones ionizantes a diario y sé qué he de tener una serie de precauciones. Por otro lado en nuestro día a día recibimos radiaciones de todo tipo, pero la mayoría no comportan una amenaza grave para nuestra salud y la prueba la tenemos en que conseguimos alargar la calidad y la esperanza de vida.
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