LAS NÁYADES
Las
náyades eran en la mitología griega las ninfas de las aguas dulces.
Eran mortales pero longevas y por eso alguien dio este nombre genérico a
las almejas dulceacuícolas que todavía hoy viven en nuestros ríos.
La mayor parte de las personas de nuestro país ignora que hay moluscos bivalvos
en nuestros ríos y tal y como van las cosas, dentro de no mucho tiempo
se hablará de ellos en pasado, tal y como ahora hacemos con las ninfas
de la mitología, porque debido a la contaminación que afecta a nuestras
aguas, sus poblaciones están en franca regresión. Por si esto fuera
poco, algo que sí conoce la gente es la invasión de un extraño molusco
llamado mejillón cebra, otro bivalvo dulceacuícola de
origen asiático que introducido de forma accidental en algunos de
nuestros ríos, se ha revelado un peligroso competidor de nuestras
almejas autóctonas y un invasor en sí mismo.
Contamos en nuestras aguas
con varias familias de bivalvos dulceacuícolas con varias decenas de
especies en total, pero aquí trataré solo una de estas, quizás la más
llamativa ya que puede alcanzar hasta 15 centímetros de longitud y que
puede vivir (si la dejan) cuatro o cinco décadas.
Nuestra náyade estrella es la Margaritifera auricularia.
El nombre le viene del griego “margarita” que significa perla y de
“feros”, portar o llevar. “Auricularia” significa oreja, por la forma de
su concha, que puede recordarnos a un pabellón auricular.
Como
cualquier molusco bivalvo, nuestra náyade se pasa la vida con sus
valvas entreabiertas haciendo pasar agua por sus branquias y filtrando
el plancton, su alimento básico. Vive semienterrada en el lecho del
río y necesita un sustrato arenoso para sobrevivir, desechando los
fondos fangosos, donde el agua demasiado turbia no les es de su agrado.
Pero lo que más puede llamar la atención es un detalle en su modo de vida que las diferencia de sus parientes marinos.
Los
bivalvos marinos expulsan los óvulos y los espermatozoides al agua,
produciéndose en ella la fecundación. A partir del cigoto se forma una
larva microscópica llamada trocófora que evoluciona a una larva veliger
que formará parte del plancton hasta que se desarrolle y empiecen a
formársele las dos conchas propias de su especie. Un aumento del tamaño y
del peso hará que acabe cayendo al fondo, donde comenzará su vida de
individuo adulto.
Pero
nuestras almejas de río tendrían un problema: los ríos son corrientes
de agua y las hijas acabarían viviendo a kilómetros río abajo de sus
padres y las nietas…
Para
evitar este inconveniente (acabaría por no haber almejas en los ríos)
las larvas de margaritífera son diferentes. Se denominan gloquidios y siendo igualmente microscópicas, están dotadas de dos ganchos que se cierran como una mordaza.
La
fecundación tiene lugar en el interior de la cavidad branquial de la
hembra y las larvas permanecen allí hasta que un pez pase muy cerca de
la almeja, momento en el cual, a través del orificio de salida de agua
(sifón exhalante), la madre expulsa los gloquidios, los cuales se
aferrarán con los ganchos a las aletas y mejor aún a las branquias de su
hospedador temporal. No vale cualquier pez. En el caso de
margaritífera, las truchas son los transportadores específicos. Una
razón más para explicar el declive de estas almejas es que si
desaparecen las truchas de un río o de un tramo de un río, en
consecuencia también desaparecen estos moluscos.
Al
cabo de varias semanas, los gloquidios, más desarrollados y con unas
valvas incipientes, se desprenden de su hospedador, al que no causan
daño alguno, y caen al fondo comenzando su vida libre.
Esta compleja y curiosa estrategia permite que las poblaciones de náyades se mantengan en nuestros ríos y no acaben en el mar.
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